Día Internacional de las Personas de Edad: algún día, el día de todos

Cuatro bastones reposados en un banco permanecen inmóviles esperando a que sus dueños finalicen la larga conversación matutina que cada día más aprecian.
Sobre ese banco, cuatro amigos disfrutan del momento que juntos crean.

El benjamín del cuarteto tiene 82 años. No obstante, si algo transmite esa zona del parque es la vitalidad de quienes desean seguir encontrándose a diario durante, como mínimo, 20 años más. Esa es la cifra exacta que se han marcado con la misma ilusión de un grupo de amigos de un campamento de verano que prometen volver a verse dentro de un año. En este caso, la promesa es mucho más ambiciosa, tanto como las ganas de cada uno de ellos de cumplirla. 

Marina siempre es la que durante más horas habla. Ella se deleita haciéndolo y el resto, consciente de ello, escuchándola.
Esta mañana, su saludo lo ha complementado con una felicitación. En el programa de radio que acostumbra a escuchar mientras desayuna han informado de que hoy es el Día Internacional de las Personas de Edad. “¡Anda, pues tendremos que celebrarlo!”, exclama Paco. “Yo ayer hice un pastel porque venían mis nietos a merendar y al final se les complicó la tarde y no pudieron, así que venid a casa y nos lo comemos juntos”, invita entusiasmada Fernanda. Jesús sonríe como forma de aceptar la invitación. Es el menos hablador de los cuatro pero casi el que con más ansia espera esta reunión diaria que en sus agendas fija se mantiene.

El anuncio de que hoy es el día de los mayores da pie a que comiencen a hablar de cómo pasa el tiempo y de cómo, sin darse cuenta, ya pertenecen al grupo a los que este día está dedicado.
“Parece el otro día cuando me sentaba con mi abuela en su mecedora y ahora tengo yo más edad que ella”, comenta sorprendida Marina. “Recuerdo la alegría que me daba llegar del colegio y saber que ella iba a estar ahí. Mi madre preparaba un chocolate caliente para todos y a mí me maravillaba tomármelo en el regazo de mi abuela. Al final, ya de adolescente me tuve que obligar no sin poco esfuerzo a dejar esa costumbre. Aunque mi abuela nunca me lo dijo, con 15 años ya pesaba demasiado como para sentarme en sus rodillas”, recuerda entre carcajadas y nostalgia.
“Lo mejor de la casa era para los abuelos”, añade Paco. “La manta más mullida, el sillón más cómodo y la habitación más espaciosa era para mi abuela”, asevera. “Antes, los abuelos eran sagrados”, concluye. Los demás asienten con vehemencia. Sobre todo Fernanda. Mañana hace dos meses que no ve a sus nietos.

Cuanto más mayor me hago, más me vienen al pensamiento los momentos que pasé con mi abuela. Últimamente, miro los manteles que ella me enseñó a bordar y me gusta pensar en la idea de que algún día mis nietos se interesen por la historia de esos manteles. Pienso muchas veces en mis cinco nietos, en si cuando sean mayores, tendrán tantos recuerdos conmigo como yo tengo con mi abuela”, expresa apenada Fernanda. Como ha comentado antes, ayer pensaba que sus nietos acudirían a verle, pero a última hora le llamaron para decirle que tenían que acabar unos trabajos de clase, lo mismo que sucedió las siete semanas anteriores

Jesús la entiende en silencio. Hace cuatro meses y nueve días que no ve a sus nietos y dos meses y 26 días a sus dos hijas. Él cuenta hasta los días. A sus 91 años, 24 horas tienen un valor incalculable. Con el pensamiento puesto en su niñez, se arranca a hablar como nunca había hecho. “Yo solo llegué a conocer a una de mis abuelas. Tengo una foto con ella que un día traeré para que la veáis. Era guapa, muy alta y siempre vestía de negro. Me acuerdo que enseñó a mis hermanas a amasar pan y escuchando cuánto se divertían me uní a ellas. Nunca más he vuelto a comer un pan tan rico. Aunque creo que más que por el sabor, era por haberlo hecho juntos”, relata con añoranza.
“Lo mismo me pasa a mí con muchas comidas. Sobre todo, con el guiso que mi abuela siempre preparaba en fechas especiales”, dice Paco. “De bien jovencito me apunté todos los pasos para hacerlo y en una carpeta antigua guardo como un tesoro gastronómico ese papel ya envejecido”, revela.

La mañana avanza y es hora de regresar a casa. Antes de atravesar la calle, Jesús se gira hacia el banco pensando si, algún día, sus nietos también hablarán, como él ha hecho hoy, de los momentos que con él recuerdan. Pero, para ello, primero hay que haberlos vivido.

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